miércoles, 7 de mayo de 2014

Paisajes Sonoros: Los Sonidos Callados del embalse Rivera de Gata.
     
     Los sonidos callados envuelven el embalse de Rivera de Gata en esta mañana de primavera. El silencio se conjuga en todos sus tiempos, poniendo a prueba la emoción de escuchar atentamente y captar los minúsculos sonidos enmudecidos; de dejarse llevar por el silencio, tímidamente roto por la ligera brisa que remueve el agua embalsada y que provoca tenues ondas sobre la superficie. El sonido sordo y fugaz que provoca algún pez en su efímera salida a la superficie. Singular, cuando menos, me resulta escuchar como se desvanecen estos sonidos callados, enmascarados por un lejano avión que sobrevuela la zona y que daña esta calma... esta paz.

Sonidos callados por el olvido del tiempo, como asevera una majada anegada por el caudal de las aguas, mientras sus restos de piedra juegan con esta mar rizada, que  anhela convertirse en arbolada, en un mar embravecido de altas olas. El sonido lejano de la avifauna, variación tras variación, intentando vencer esta soledad que lo inunda todo, al igual que el continuo obstinato de insectos, o el secreto rumor del delicado aleteo de las alas de una mariposa, que proclama su presencia entre abandonas colmenas y sobre la policromía de multitud de flores. Y otra vez, una vez más el sonido de un avión burlándose de este esfuerzo, absurdo y desapercibido por nuestra propia abstracción. 

Música callada. Soledad sonora que evoca la poesía de San Juan de la Cruz, la música de Federico Mompou. La voz de silencio, el silencio entre los sonidos, los sonidos de las notas, las notas que proclaman las palabras nunca dichas.
                                                                                                                                                      (Angel L. Cabañas)


lunes, 21 de abril de 2014

Ermita del Cristo (Torre de Don Miguel)


   Ubicada a la entrada de la Villa de Torre de Don Miguel, se haya la Ermita del Cristo, un singular edificio que por momentos nos hace olvidar su condición de Ermita. Es de modestas proporciones, como corresponde a este tipo de construcciones cuando están integradas en el interior de las poblaciones, pero con un interesante juego de formas y proporciones que la llevan a ser considerada por algunos arquitectos, una de las más bellas obras realizadas durante el S. XVI en Extremadura. 

   La falta de documentación sobre esta obra, añade a la misma, cierto grado de incertidumbre y conjeturas sobre sus orígenes, aunque por los rasgos estilísticos, así como por otra serie de datos, investigadores e historiadores han despejado gran parte de estas dudas. Según los estudios realizados, sugieren su datación en torno a los años comprendidos entre 1555 a 1565, atribuyendo su autoría a Pedro de Ybarra, que al igual que en la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción, en esta misma localidad, introduce su “firma arquitectónica” en la decoración de la parte superior de los paramentos exteriores: la alternancia de cruces y arquillos; además no podemos olvidar la vinculación del maestro con la Orden de Alcántara - y de ésta con la Villa de Torre de Don Miguel-, así como su presencia en la obras que se llevaban a cabo en la Iglesia parroquial torreña, o en las de las localidades próximas de Gata, Cadalso y Acebo.

   Esta obra, es una construcción de planta casi cuadrada, levantada sobre grandes sillares de granito bien labrados, destacan por la importancia obtenida en la construcción los contrafuertes, que se ubican en los cuatro ángulos y que alcanzan la cubierta. Los muros, al igual que los contrafuertes, quedan divididos en dos por una escocia y un bocel que recorre la parte inferior de todos los paños, y sobre los que se levantan los muros en sí; muros lisos que se elevan hasta la parte superior dónde surge un entablamento que alberga el friso con cruces y arquillos citado anteriormente. Un detalle singular lo constituye, en el lienzo posterior un arco de descarga, que puede confundir y llevar a pensar en un anterior acceso. 


   El elemento que más destaca de esta obra, es sin lugar a duda su portada, en la que llama poderosamente la atención un gran arco de medio punto que enmarca una puerta adintelada, coronada por un frontón triangular, también de grandes dimensiones. De nuevo, siguiendo los estudios más contrastados, nos remiten a una reforma de finales del Siglo XVI, en la cual se sustituiría el acceso original -constituido por el arco clasicista cerrado por una verja, como sucede en los humilladeros-, por el conjunto que constituye la puerta y su dintel. Otra modificación posterior, sería la incorporación de la espadaña, en la cual figura la fecha de 1673, su campana: la “campana chica”, fue trasladada a la Iglesia parroquial. A finales del pasado siglo, la ermita sufría un grave incidente que conllevaba la pérdida del umbral, cuya cubierta estaba construida con madera y teja árabe, apoyada en dos columnas de granito y sobre unas pequeñas ménsulas fijadas en la fachada, aún se conservan los bancos corridos de granito que siguen brindando descanso, ahora a cielo abierto. 


   Continuando con la descripción de la portada, atrae poderosamente la atención su tímpano triangular, junto con su decoración interior y los dos vanos elípticos que le acompañan en sus laterales, los elementos que aportan más personalidad a la ermita. Salvador Andrés Ordax (Catedrático de Historia del Arte), llama nuestra atención al establecer una cierta similitud, de éste frontón triangular, con el existente en la portada Oeste de la Catedral de Coria (obra en la que también participó el maestro Pedro de Ybarra). Se asienta dicho tímpano sobre un friso en el cual aparecen tres parejas de medallones. En el cuerpo inferior de la fachada, en el centro se ubica una bella puerta de madera, labrada con motivos geométricos y florales, tristemente dicha puerta se encuentra en estado degradado. A ambos lados de la puerta existen dos ventanales cerrados, con tres balaústres cada uno. Elevando nuestra mirada a la parte superior de la portada, nos encontramos con un curioso detalle ornamental: una ménsula con forma de “S” que corta el entablamento superior de arquillos y cruces. Otro de los elementos que atrae la atención y que enriquecen notablemente esta construcción, son las gárgolas zoomorfas bien talladas, con alusiones y mensajes que anteriormente serían fácilmente interpretados, pero que a fecha de hoy se antojan más complejos. 

   Esta ermita, es sin lugar a duda otra de las maravillas arquitectónicas que guarda la Sierra y que con algunos cuidados, como son la retirada del tendido eléctrico que sustenta, la recuperación de su umbral, un tratamiento que ayudara a mantener la bella puerta, ayudarían a recobrar su primitivo aspecto. Si además se recuperara su pavimento empedrado y se buscara un tratamiento en las edificaciones próximas a su entorno, Torre de Don Miguel no solo habría realizado una gran labor de recuperación de su patrimonio, si no que demostraría una clara puesta en valor del mismo, y que ojalá sirviera de ejemplo en la comarca.